jueves, 2 de febrero de 2012

París a Medianoche.-

Acto I.- El niño de la pala naranja y el alquiler para 2 que nadie escucha.

El niño del bañador a rayas opinaba que lo más bonito de París era su desconocimiento acerca de los secretos que esconden sus calles, bajo la lluvia. Justo a la hora en que las brujas toman el té.

Suenan las doce campanadas y con cada una de ellas se siente más convencido de que teme a la muerte. - La vida es siempre tan dura, o sólo cuando eres niño? se preguntaba ella.- Las doce y siete minutos. No haber amado o no haber amado bien, eran la misma cosa. Miró a lado y lado deseando encontrarse solo en la desnuda orilla del mar, deseó encerrarse en la almena más alta de lo que quedaba del castillo, con los restos de la medusa escociéndole entre los finos deditos de sus pies. Descalzos. Doloridos de todo un día desnudos sobre la arena, esa misma que resbalaba entre los dedos de sus manos produciéndole ese cosquilleo tan especial. ¿será verdad? ¿no era ella? la vió justo allí, bajo la sombrilla de topos de al lado.

 Acto II.- Negación.

Negándose lo evidente corría arriba y abajo, sus huellas dactilares desaparecerían a ese ritmo de desgaste, y ese foso cada vez sería más y más profundo. NO era ella. Ella se fue, como la pala naranja le dejó a él. Entre esos tonos ambarados se escondía lo más profundo de su infancia, entre los surcos de desgaste de la arena en el plástico iba lo poco de amor que residía de su pueril corazón. Allí mismo escribió unas palabras. Apoyado en una botella de vidrio que se encontró entre las ruinas de lo que fue la sala de armas, allí donde yace mi arma, se entregó al poco aliento que conservaba ante tal vertiginosa realidad: "el presente es todo lo que tienes, ámalo como si no hubiera un futuro y cuídalo con las ventajas del pasado vivido. Si lees esto, llámame.", tapó la botella con aquel corcho mohoso y la lanzó al gran azul.

Pues bien, en esta siberiana noche de miércoles anodino acabo de colgar el teléfono. Nadie contestó, al otro lado de la linea, únicamente podía oírse un sinuoso murmuro. El gran azul estaba al otro lado. Había leído mis líneas e intentaba decirme algo.

Acto III.- Jueves.

Ya siendo jueves, tengo que decir que adoro tenerlos ocupados. Dedicaré todo el empeño del que dispongo en despojar todo de mi. Dejar atrás el recuerdo de la pala, de aquella niña en bañador de chico de rizos dorados como el segundo sol. El castillo. La medusa. Todo. Todos. Comprendió que únicamente sin todo ello, y solos él con su amor, podrían llegar a ser inmortales. Por primera vez, el pequeño, ya no tan pequeño, amó su desgastado bañador a rayas, el cual desdobló sacándolo de la maleta y tendiéndolo al sol de una nublada madrugada de enero.

Acto IV.- Evolución profesional.

Puede ser este Enero, o el que viene, pero el presente siempre está con nosotros. Sólo unos pocos pueden verlo, corred la voz, de que parís a medianoche es precioso... hay que conseguir que le den el óscar. No interpreta ningún papel. El niño es él con todo lo que ello conlleva, no hay nombre ni etiqueta a aquello que siempre está en evolución. Es Pangea. Es el Big Bang. Es la madre Naturaleza. Eres tú. Es ella. Soy yo. Eres uno. Ella lo es todo. Aquel otro también conoce la leyenda. Nadie habla de otra cosa... ¿a qué esperáis? guardar no siempre da el fruto que esperamos, toda planta necesita echar raíces. Te quiero León. Caminarás conmigo en esta vida y en la otra. Sólo tú me haces ser inmortal.

El gran azul no teme a la muerte. Nademos hasta la inconsciencia y vivamos eternamente... sabes nadar? Te sigo buceando...